SUEGRAS…Y HASTA CONCUÑAS, TAMBIÉN EJERCEN VIOLENCIA DE
GÉNERO
Las mujeres en México
padecen violencia de género en los espacios públicos, privados e
institucionales; sin embargo, una diferencia sustantiva entre la que ocurre en
zonas rurales y en las urbanas es que en el primer caso el comportamiento de
ellas está bajo el escrutinio de la comunidad, afirmó la investigadora del
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM,
Carolina Agoff Boileau.
En la investigación
“Violencia de género en comunidades indígenas”, la experta encontró un dato
relevante: el papel de la suegra como perpetradora de actos violentos en contra
de su nuera. Además, el valor de la familia puede estar por encima de la integridad
de quien sufre agresiones de su pareja.
“Generalmente cuando
hablamos de violencia de género pensamos solo en un hombre y una mujer, donde
él la ejerce y ella es la víctima; hacerlo así nos limita en la comprensión de
un fenómeno que es mucho más complejo, porque se asienta en instituciones, en
la cultura y en las personas cercanas del entorno social; en este caso, la
familia, puede contribuir a esas dinámicas”, precisó.
La más reciente
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH,
2016) muestra que aproximadamente 42 por ciento de indígenas o no, quienes se
casaron o iniciaron su actual o última unión, se fueron a vivir con los padres
u otros parientes de su marido o pareja.
Es decir, varias de
ellas tienen un patrón de residencia patrivirilocal (donde el varón habita con
su esposa el hogar paterno), situación que puede favorecer dinámicas de abuso
por la injerencia de miembros de la familia de él.
La universitaria
explicó que la investigación, realizada en conjunto con la secretaria académica
del CRIM, Sonia Frías Martínez, comenzó para determinar el grado de adecuación
cultural del cuestionario de la ENDIREH, con la sospecha de que quizá ciertas
preguntas no eran de fácil comprensión para quienes son bilingües indígenas o difícilmente
dominan el español.
“Llevamos a cabo grupos
de discusión para recabar información cualitativa. Logramos acceder a 15
mujeres líderes en sus comunidades, provenientes de diferentes poblaciones
indígenas, como rarámuri, otomí, nahua, maya y mixe. Con una amplia conciencia
de la desigualdad de género y de la situación de ellas y las niñas en sus
pueblos, nos dieron un panorama de los diferentes tipos de agresiones que se
padecen, y a partir de ahí se hicieron cuatro grupos más: dos en Oaxaca con
mixes, y dos en Yucatán, con mayas”, abundó.
Aunque existe la idea
de que una debería ser aliada de otra, la indagación señala que la rudeza no
sólo la puede ejercer el marido, sino la suegra, las cuñadas y hasta las
concuñas “porque lo que está en juego es el sistema patriarcal; y el
patriarcado en este tipo de sociedades se define por la subordinación al varón,
la residencia y la propiedad. Ellas quieren asegurar lealtad con el varón que
trae dinero a la casa. Asimismo, está en juego la ‘decencia’, que la mujer
joven no ponga en riesgo el ‘honor’ de la familia”.
La suegra violenta a la
nuera o instiga a su hijo para que lo haga; pero no se trata de maltrato físico
necesariamente, sino de humillaciones o hacer correr chismorreos o rumores
sobre la conducta de la joven. Su “mala conducta” tiene que ver con la
reputación sexual: ella no debe provocar a los hombres, ni acudir a los centros
de salud con el propósito de planificar su familia, por ejemplo. Hay un control
estricto sobre su conducta pública que, en general, ejerce la suegra porque el
marido está trabajando, detalló Agoff Boileau.
Es la mamá del marido
quien puede decir que la esposa fue por las tortillas pero se tardó demasiado,
y correr el rumor de que se le vio hablando con un hombre, o que iba con una
falda corta. Ella le hace saber a su hijo que su pareja no se comporta del todo
bien, que hay sospechas de que platicó con alguien o que visitó el centro de
salud.
Con frecuencia, las
mujeres indígenas afirman que la agresión verbal, en forma de humillaciones,
desprecios o ataques a la dignidad, es más dolorosa en el sentido de que no se
puede olvidar, y expresan más indignación por la que proviene de la suegra, que
la del propio marido, señaló Agoff Boileau.
Creen que ese
comportamiento ocurre, dijo, porque no le son simpáticas a las suegras, o
porque hubieran preferido a otra joven como nuera; no logran observar que el
problema es sistémico. Sin embargo, al preguntarles cómo serían como suegras en
el futuro, afirmaron: “probablemente igual”.
A pesar de la
existencia de leyes como la General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre
de Violencia, en numerosas comunidades indígenas se rigen por usos y
costumbres; ahí, ante un conflicto de pareja el objetivo es preservar la unión
familiar y no se aconseja la separación, aunque con frecuencia sea necesaria,
recalcó la experta.
Una de las
entrevistadas relató el ejemplo de un cacique: avaló que un marido y sus
familiares retuvieran a la esposa por la fuerza, que la encerraran, porque
quería volver a casa de sus padres por la situación de extremos ataques que
vivía. “Esto es un caso que no necesariamente es típico o representativo, pero
da una idea de las formas extremadamente injustas en que se intentan resolver
esos problemas”, subrayó la especialista.
Las indígenas, por
supuesto, sufren otras formas como la obstétrica, porque la estrategia de
planificación no siempre se da de un modo que les resulte respetuoso de sus
derechos; o la política, porque se impide su participación en la vida
pública.
Aunque en general las
encuestas reportan un sospechoso bajo número de abuso contra las que viven en
las comunidades, “encontramos en un grupo mixe, que no era bilingüe, que las
mujeres de ninguna manera hablan de su vida íntima o de cualquier expresión de
violencia con alguien que venga de una institución gubernamental. Sin lugar a
dudas, hay un subreporte y habría que pensar en estrategias para llegar a
información más cercana a la realidad”, acotó.
Carolina Agoff
reconoció que las políticas públicas que han acompañado a la legislación contra
la violencia de género, han sido exitosas en términos de conciencia de
derechos, sobre todo entre las jóvenes. Se entiende que ese es un delito, por
lo que ellas hablan de “demandar” al marido “si sigue así”; sin embargo, es el
sistema de justicia el cual aún no logra darle solución.
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