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lunes, 4 de octubre de 2021




DON JUAN ARVIZU…

DE MEMORIA

Carlos Ferreyra Carrasco

Por su bonhomía, su eterna sonrisa y su disposición a tender la mano a quien lo necesitara, lo conocíamos como Juanito, pero no, Arvizu era todo un personaje que, como su antecesor Fidel Samaniego, llegó a convertirse en el cronista emblemático de su periódico.

Si, el periódico por el que dejó la vida y que ahora le niega no sólo el reconocimiento merecido, sino lo mas grave, lo que la ley dicta como compensación por los muchos años de triunfos y amarguras sufridas en su servicio.

El periódico, El Universal. El dueño, don dueño a quien le encanta que los trabajadores lo llamen El Patrón, como peones de campo, José Francisco Ruiz Healy, a quien se atribuye la propiedad del medio por conducto del denominado Braguetazo cuando se casó con la heredera del medio a la que envió en un amoroso viaje por el mundo.

Al regreso de la señora se enteró que su amado esposo ya era la cabeza del Consejo de Administración y por senderos torcidos por sus abogados, propietario único del medio.

A partir de entonces le fue fácil relacionarse con los dueños del país para emprender toda suerte de negocios redituables, muy redituables.

Va de anécdota presencial. Don Fernando Garza, que luego fue director de “los Universales”, atrás de su escritorio en Palacio Nacional, dialogaba con voz furiosa con alguien. Al escucharlo di la media vuelta pero con un gesto entendí que don Fernando quería que escuchara.

Con su entonación de viejo habitante de los suburbios, el por esos días vocero de la Presidencia, exclamaba: “Si, claro, dile al patrón que aquí están sus pendejos para que los hagan pinole en el periódico.

“Pues no, dile que el camión con mercancía de contrabando no se le regresará y que si así lo quiere, ese será el trato en adelante”.

Naturalmente no supe el nombre del interlocutor, pero en la airada platica había expresiones clave que permitían suponerlo. O imaginarlo.

En Bucareli, en la planta baja del hermoso edificio Porfiriano donde estaban las instalaciones primarias de El Universal, el cotidiano abrió al público una tienda que expendía teóricos artículos del intercambio publicitario. Allí se obtenía mercancía de importación.

Lo mencionado, sólo para mostrar la falta de humanidad de quien tiene sobra de dinero, acumulado por el esfuerzo de sus trabajadores. Que se recuerde, en la familia nunca dieron golpe.

Eso si, celebraron reconocimientos y otros galardones concedidos al medio, gracias a la dedicación y, vale la pena recalcarlo, el profundo amor de Juan por la camiseta. Pero eso se olvida al llegar al tema del real agradecimiento. Y mas que eso, del cumplimiento pelón de la ley.

Conocí a Juan Arvizu en El Sol, era el particular del subdirector general, Enrique Mendoza Morales. Bibliófagos ambos, hacían una pareja valiosa para los fines propuestos en la direccion de Mario Moya Palencia quien quería intelectualizar a los reporteros. Vaya, motivarlos para la lectura.

Me reencontré con Juanito, cuando me nombraron responsable de la información internacional en El Universal. La direccion del medio era compartida entre dos inmejorables y leales trabajadores del diario, Enrique Aranda y Roberto Rock.

Todos los días, sin excepción, al cerrar mis planas alrededor de la primera hora del día, allí estaba Juan esperándome. El entregaba su material pero después lo revisaba acuciosamente y si era menester, introducía modificaciones.

Salíamos, nos trepábamos en el yip Tracker y enfilábamos a Santa Fe. En la puerta de ingreso a los condominios bajaba, nos despedíamos y así cada jornada. Su plática siempre culta y actual en los espectáculos inteligentes, aligeraba el camino. Era muy grata compañía.

Cierro: no tenía ninguna fe o interés por las redes. Me parecían fantasiosas, modas de pronta extinción. Me sacó de mi error, lo primero, fue dotarme de un correo, que es el que uso hasta la fecha.

 


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