Eternizados ©
Cuento
Arcano literario
Mario Luis Altuzar Suárez
…y sentí que estaba atrás del Templo de San Hipólito consagrado a San
Judas Tadeo, en el Meto Hidalgo de la Ciudad de México. ¡Pero no! Un paisaje de
librerías de viejo con sus millonarios tesoros corresponde al Centro Cultural
del Mundo; Lahore, capital del Punyab al extremo Noreste de Pakistán. Aquí, en
esta calle que permanece suspendida en el tiempo, desde aquel inicio del 400
registrado en el épico Ramayana antes de nuestra Era, se expande de la nariz al
ADN ¡ese olor a papel y tinta viejos! Impregna el imaginario de la vida misma
en la tierra, el cielo, el aire y el agua.
Busco la librería eternizada en una gráfica del fotógrafo británico
Ibrahim Sajid, ganadora en Dubai del Premio Internacional De Fotografía Hamdan
2014. Dos hojas de la puerta gris de madera, semi cerradas y oras dos abiertas
totalmente, con un hombre maduro, delgado que sostiene con la mano izquierda un
libro que absorto lo transporta al mundo descrito por el autor que, por la
imagen de la obra, debe ser hindú.
¡Lo descubro! ¿Suerte? En una vigorosa capital de más de 11 millones de
orgullosos habitantes de sus 28 universidades, de las cuales, 18 se encuentran
entre las primeras del mundo, sería difícil halarlo, Pero con el vicio
profesional del reportero, se reduce el universo en el epicentro de “Las mil y
un noches”, y en la Ciudad Vieja, por la calle de los joyeros antes de la calle
de los perfumistas, la observo.
Hay algunas cerradas. Tal vez por la hora. ¡Trabajo que no deja para
levantarse a las 11 horas, no es trabajo! Y los comerciantes de libros antiguos
son libres, autónomos y soberanos: ¡Sus propios patrones! Al mirar los libros y
revistas en el piso de las puertas y banquetas reflexiono sobre aquel axioma:
“Un lector nunca roba un libro y un ratero no lee”. Un pilar de la sobrevivencia
de recintos condenados a ¿la inmortalidad? Como la Livraria Bertrand de 1732 en
Lisboa, Portugal, o la Lello & Irmão desde 1881 en Oporto, Portugal, o la
Librería Shakespeare & Co., en 1918, de París, Francia, o la Moravian Book
Shop de 1745 en Bethlehem, Pennsylvania, Estados Unidos, o, no muy lejos de
este punto geométrico, a unos dos mil 309 kilómetros al Sureste, desde 1844 la
Higginbothams en Tamil Nadu, India, y así, por todo el mundo.
Lugares y fechas que desmienten a los teóricos de la desaparición del
libro, las revistas y periódicos ante el feroz avance tecnológico digital. Para
empezar, se necesita una computadora que debe alimentarse con energía
eléctrica, enlazada al sistema de internet vía satélite, almacenamiento en USB
(Universal Serial Bus) o disco compacto que requieren de la computadora con
periodos de seis meses de caducidad. En un colapso por creciente violencia
social o la cercana hecatombe nuclear, dicen que los únicos sobrevivientes
serían las cucarachas ¡y no!, también los libros, las revistas y periódicos
que, al desempolvarlos, el único dispositivo requerido es la vista, claro, con
el milagro de los escasos sobrevivientes que buscarán restaurar la memoria.
Ya es tarde, debo regresar al hotel en la 4-Egerton Road, Opposite Aiwan-e-Iqbal,
para empacar y abordar en la tarde el avión que me lleve de regreso, a 14 mil
298 kilómetros del Templo de San Hipólito, mi siguiente parada, en dónde fuimos
felices por año y nueve días, en que me prestó el Padre Creador a su hijo para
conocer el Amor.
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