IMPORTANCIA
DE NO PERDER EL APLOMO
POR
RODOLFO GONZÁLEZ SARRELANGUE
Se
llama aplomo a la capacidad de enfrentarse a la guillotina,
sin
perder la cabeza.
Marco Aurelio Almazán
Manuel Buendía, periodista admirable y envidiable me enseñó
el costo de postergar actividades y derrotar al autosabotaje.
Cuando tuve oportunidad de
colaborar con él, me preguntó si sabía la diferencia entre quien tiene éxito y
quien no.
-No la sé, señor.
-Muy simple, Fito: quien tiene
éxito, no tiene pretextos y quien no lo tiene, le sobran.
Debo precisar que a Manuel
Buendía lo conocí primero como maestro, luego como empleado y, finalmente, como
amigo. Siempre me habló de usted, pero se refería a mí por el diminutivo de mi
nombre: Fito.
Para un estudiante de
periodismo, de quinto semestre, era grato que un “maestrito rural” me invitara
a trabajar con él. Como jefe no necesitaba imponer o dar órdenes de manera
autoritaria. Predicaba con el ejemplo de la puntualidad, el rigor académico, la
buena presencia, un lenguaje destacado y eso me presionaba más que si me
gritara o castigara por cometer errores.
Recuerdo que en una ocasión
hubo que redactar un boletín y me tocó en suerte hacerlo. Cuando le llevé el
“hijo de mi creación” al señor Buendía, sin verlo siquiera casi me lo aventó y
dijo:
-¡No, Fito, ahorita lo vemos!
Para mi ego, me dio coraje que
ni siquiera hubiera visto mi boletín y me dirigí a redactar otra versión del
mismo. Para mis adentros pensé: pin… maestrito rural, qué me va a enseñar a mi.
Cuando regresé con mi segundo
hijo creativo, él estaba a punto de iniciar una junta y se encontraba sentado
en una silla tipo director de cine, de lona. Sin voltear a verme, estiró la
mano y de nuevo me devolvió el boletín con el consabido: -¡No, Fito, ahorita lo
vemos, déjeme iniciar la junta.
Por supuesto que todos los que
estaban por iniciar la junta voltearon a ver quién era el idiota al que el
Maestro regañaba. Las miradas de ellos las sentí como puñales que se me
clavaban en el pecho.
Con más enojo, salí al pasillo
del Conacyt, que en esa época se encontraba en Insurgentes Sur, casi esquina
con Barranca del Muerto y le di una patada de karate al barandal, misma que
resonó al interior de la oficina.
Realmente molesto, en grado
superlativo, me dispuse a teclear la tercera versión del boletín, con la idea
de que me corrieran, pues no hallaba otra forma de redactar la nota.
Cuando acabé el boletín,
Buendía también había terminado su junta. Debo aclarar que él tenía por norma
hacer reuniones breves con tres aspectos: ¿cuál es el problema?, ¿Qué
alternativas tenemos? ¿Cuál escogemos? y a darle.
Realmente encab... ahora el
que casi aventó el boletín a Buendía fui yo. Total, si me corría ya estaba
programado para ello.
Mi sorpresa fue que tampoco lo
vio y me pidió que se lo diera a la secretaria para que lo pasara en limpio.
-Déselo a Oralia y regresa
conmigo Fito.
La pregunta que vino de su
parte fue que si me ponía nervioso con él.
-No es eso, señor. Lo que pasa
es que no quiero regar el tepache.
-Dispóngase, como dice, a
regar el tepache, a recibir un regaño, pero también una enseñanza. Si usted se
dio cuenta, el boletín es lo que menos me interesa, pero la primera y segunda
vez que me lo trajo, casi se le caían los pantalones y yo pensé, si él no
confía en lo que escribió, ¿por qué tengo que leerlo yo? La tercera vez, casi
me lo avienta y llegué a la conclusión de que ahora sí confiaba en usted.
Conforme me enteraba de que
había sido utilizado como conejillo de Indias, creció mi enfado y estaba
dispuesto al fin de mi carrera con el maestro Buendía.
-Mire Fito, yo creo que usted
tiene madera de periodista, pero tiene que aprender que en este negocio es muy
importante no perder el aplomo. Al jefe anterior, por menos de lo que usted me
hizo, lo corrí.
El golpe al ego del estudiante
universitario fue devastador. En realidad el “maestrito rural” era toda una
institución periodística.
Por si fuera poco, hubo algo
más que me brindó otra enseñanza.
-Oiga Fito, tíreme una de esas
patadas que ustedes practican. Supe que usted se ensañó con el barandal. A ver,
tíreme una.
-No señor, ¿cómo cree?
-¡Que la tire!
Otra característica del
maestro Buendía era que no se le podía decir que no y ahí me tienen haciendo el
ridículo tirando una patada por encima de su escritorio.
-¡Muy bien! ¿Oiga Fito y esas
patadas qué le hacen a esto? Y me mostró una pistola plateada que yo vi como un
cañón.
¡No, no, no, señor, ¡guárdela!
Sonriente, me mostró en la
otra mano el cargador y concluyó con la lección de ese día: -Recuerde no perder
el aplomo, equivocarse, recibir un regaño y una enseñanza.
El resultado de esa presión se
vio al día siguiente, cuando varios periódicos nos publicaron en primera plana
y algunos colegas lo único que le añadieron a mi boletín fue su firma, sin
cambiarle una coma o un punto. Valió la pena la presión de ese maestrito rural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos dará mucho gusto nos escriba sus comentarios, siempre los tomaremos en cuenta