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jueves, 19 de agosto de 2021


 

 

IMPORTANCIA DE NO PERDER EL APLOMO

POR RODOLFO GONZÁLEZ SARRELANGUE

 

Se llama aplomo a la capacidad de enfrentarse a la guillotina,

sin perder la cabeza.

Marco Aurelio Almazán

Manuel Buendía, periodista admirable y envidiable me enseñó el costo de postergar actividades y derrotar al autosabotaje.

Cuando tuve oportunidad de colaborar con él, me preguntó si sabía la diferencia entre quien tiene éxito y quien no.

-No la sé, señor.

-Muy simple, Fito: quien tiene éxito, no tiene pretextos y quien no lo tiene, le sobran.

Debo precisar que a Manuel Buendía lo conocí primero como maestro, luego como empleado y, finalmente, como amigo. Siempre me habló de usted, pero se refería a mí por el diminutivo de mi nombre: Fito.

Para un estudiante de periodismo, de quinto semestre, era grato que un “maestrito rural” me invitara a trabajar con él. Como jefe no necesitaba imponer o dar órdenes de manera autoritaria. Predicaba con el ejemplo de la puntualidad, el rigor académico, la buena presencia, un lenguaje destacado y eso me presionaba más que si me gritara o castigara por cometer errores.

Recuerdo que en una ocasión hubo que redactar un boletín y me tocó en suerte hacerlo. Cuando le llevé el “hijo de mi creación” al señor Buendía, sin verlo siquiera casi me lo aventó y dijo:

 -¡No, Fito, ahorita lo vemos!

Para mi ego, me dio coraje que ni siquiera hubiera visto mi boletín y me dirigí a redactar otra versión del mismo. Para mis adentros pensé: pin… maestrito rural, qué me va a enseñar a mi.

Cuando regresé con mi segundo hijo creativo, él estaba a punto de iniciar una junta y se encontraba sentado en una silla tipo director de cine, de lona. Sin voltear a verme, estiró la mano y de nuevo me devolvió el boletín con el consabido: -¡No, Fito, ahorita lo vemos, déjeme iniciar la junta.

Por supuesto que todos los que estaban por iniciar la junta voltearon a ver quién era el idiota al que el Maestro regañaba. Las miradas de ellos las sentí como puñales que se me clavaban en el pecho.

Con más enojo, salí al pasillo del Conacyt, que en esa época se encontraba en Insurgentes Sur, casi esquina con Barranca del Muerto y le di una patada de karate al barandal, misma que resonó al interior de la oficina.

Realmente molesto, en grado superlativo, me dispuse a teclear la tercera versión del boletín, con la idea de que me corrieran, pues no hallaba otra forma de redactar la nota.

Cuando acabé el boletín, Buendía también había terminado su junta. Debo aclarar que él tenía por norma hacer reuniones breves con tres aspectos: ¿cuál es el problema?, ¿Qué alternativas tenemos? ¿Cuál escogemos? y a darle.

Realmente encab... ahora el que casi aventó el boletín a Buendía fui yo. Total, si me corría ya estaba programado para ello.

Mi sorpresa fue que tampoco lo vio y me pidió que se lo diera a la secretaria para que lo pasara en limpio.

-Déselo a Oralia y regresa conmigo Fito.

La pregunta que vino de su parte fue que si me ponía nervioso con él.

-No es eso, señor. Lo que pasa es que no quiero regar el tepache.

-Dispóngase, como dice, a regar el tepache, a recibir un regaño, pero también una enseñanza. Si usted se dio cuenta, el boletín es lo que menos me interesa, pero la primera y segunda vez que me lo trajo, casi se le caían los pantalones y yo pensé, si él no confía en lo que escribió, ¿por qué tengo que leerlo yo? La tercera vez, casi me lo avienta y llegué a la conclusión de que ahora sí confiaba en usted.

Conforme me enteraba de que había sido utilizado como conejillo de Indias, creció mi enfado y estaba dispuesto al fin de mi carrera con el maestro Buendía.

-Mire Fito, yo creo que usted tiene madera de periodista, pero tiene que aprender que en este negocio es muy importante no perder el aplomo. Al jefe anterior, por menos de lo que usted me hizo, lo corrí.

El golpe al ego del estudiante universitario fue devastador. En realidad el “maestrito rural” era toda una institución periodística.

Por si fuera poco, hubo algo más que me brindó otra enseñanza.

-Oiga Fito, tíreme una de esas patadas que ustedes practican. Supe que usted se ensañó con el barandal. A ver, tíreme una.

-No señor, ¿cómo cree?

-¡Que la tire!

Otra característica del maestro Buendía era que no se le podía decir que no y ahí me tienen haciendo el ridículo tirando una patada por encima de su escritorio.

-¡Muy bien! ¿Oiga Fito y esas patadas qué le hacen a esto? Y me mostró una pistola plateada que yo vi como un cañón.

 ¡No, no, no, señor, ¡guárdela!

Sonriente, me mostró en la otra mano el cargador y concluyó con la lección de ese día: -Recuerde no perder el aplomo, equivocarse, recibir un regaño y una enseñanza.

El resultado de esa presión se vio al día siguiente, cuando varios periódicos nos publicaron en primera plana y algunos colegas lo único que le añadieron a mi boletín fue su firma, sin cambiarle una coma o un punto. Valió la pena la presión de ese maestrito rural.

 

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