Arcano literario
Cuento
Banquetazo
Mario Luis Altuzar Suárez
…en aquel pueblo pequeño perdido en la montaña, nadie se enteró del
comienzo de la guerra. Nada perturbó su tranquilidad. Ni el ruido de los
aviones que aumentaron su frecuencia de vuelos. ¡Iban tan alto! ¿De dónde?
¿Hacia dónde? ¡Bah! ¡Qué importa! Mientras no afecten lo cotidiano de esa
pequeña colectividad. Una rutina de nacer, crecer y morir. Sin mayores
preocupaciones. Ni personales, ni del entorno ¿cuál? ¡No hay entorno!
Por su aislamiento, los pueblerinos se sentían en el Edén. Cada uno,
construía su casa en el lugar asignado por el Consejo de Ancianos, unas semanas
antes del fastuoso sacramento del Matrimonio. Espacio interno de sala, cocina,
comedor y bodega, en la parte baja y en la parte alta las tres recámaras y un
baño. La parte externa de atrás, un espacio al lavado de ropa, corrales para
aves con su regalo ovíparo y tal vez dos mamíferos para proveer leche. Al
frente, los cultivos de hortalizas y tal vez, aún árbol frutal.
Se construían unas canaletas de vegetales, para allegarle el agua del
río cercano. E otros casos se construían pozos al lado de la puerta principal.
¿Qué más? ¡El banquete de la vida es tan sencillo! Escuchar los motores de los
aviones que pasan raudos muy alto y estimular la imaginación para crear historias
que se contarán alrededor de una fogata en las afueras del pueblo. ¡Sin faltar
los exquisitos bombones asados! Lo que recibe de algún lugar citadino, la
familia dedica a proveer de abarrotes que enriquecen la dieta y actividad
diaria.
Cuando los conocí, en una de esas aventuras en que me extravié y me
acogieron con su generosa hospitalidad, vi a sus hermosas doncellas y hermosos
donceles que, después supe, eran herederos de franceses que pasaron por el
lugar en aquellos tiempos de agitación bélica por la ambición de Napoleón el
Pequeño. Esa avaricia cíclica que caracteriza a hombres y mujeres del poder,
camuflándose de “políticos” que quieren servir al pueblo, siempre y cuando el
pueblo sea… ellos mismos.
Y al estar tan distantes de cualquier lugar urbano, los más grandes de
edad, convocaron a una asamblea y a mano alzada decidieron mantener la pureza
social en una comunidad en que se organizan como una gran familia. Los veo sin
wi fi, sin internet y de la sorpresa paso a la percepción de que el mejor wi fi
es la comunicación verbal y el estímulo cariñoso de un saludo, una palmada o un
abrazo.
Así, en aquel pueblo pequeño perdido en la montaña, nadie se enteró del
comienzo de la guerra. ¡Por qué se habían reencontrado en su humanidad! Porque
disfrutan, aún ahora, la sencillez y abundante festín del verdadero banquete de
la vida.
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